lunes, 28 de diciembre de 2009

Princesa del Cuento. XXV

25.

Desperté.

Después de desahogarme con mi madre y rectificar que Christopher es un maldito, me levanté.

Nadie me había encontrado, pero afuera se escuchaba el infierno. Tome el vestido rojo. Era lo único mío en esa habitación, me lo puse, abría la ventana y salté.

Justo en ese momento preferia morir a seguir pensando en las cosas malas que me habian ocurrido. Y la altura era la necesaria para matarme. Sobre todo de la manera en que estaba cayendo, cabeza abajo.

Recordé a mi mamá, después de anoche había dejado de ser solo la mujer de mis sueños y había pasado a ser parte de mi familia. Abrí mis alas y me propulsé hacia arriba, localicé a Kydrin y Yurem y ellos a mi, de modo que me dirigí a su lado de la infantería y todo cesó. Un momento antes estaba en mi prisión y ahora me encontraba en un bosque como si el otoño acabara de empezar, y mis amigos estaban a mi lado.

¿Dónde están Mamby y Quim? pregunté sobresaltada.

Aquí

escuché a lo lejos.

Caminé hasta que salimos del pequeño bosque, llegamos a un claro, allí, hasta el fondo había un muro de varios metros de alto y con una puerta de madera que Kydrin abrió y luego se apartó de la puerta, dejándome pasar primero.

~Christopher te ha estado esperando~ Me dijo mentalmente.

No me importa, no quiero verlo

contesté, de igual forma.

~¿Por qué?~ Él no estaba satisfecho con mi negativa.

Porque es un maldito

~¿Te hizo algo?~

Sue estaba muy preocupado por mí.

No importa, solo no quiero verlo

Mi amigo no insistió. En unos cuantos pasos nos encontramos en el lugar que esperaba.

Era un castillo medieval, con muchas ventanas a lo alto, pero yo solo estaba poniendo atención a dos. En la primera estaba Christopher, procuré evitar pensar en ello. En la segunda estaban mis padres, justo debajo de la de él.

Al verlos, mi corazón se llenó de felicidad y saqué mis alas para llegar prontamente hasta ellos. Todos los presentes quedaron estupefactos, asombrados por ellas, las imaginé; plumas rojas, teñidas de dorado, rodeadas de llamas, y a los que mi experiencia me decía, habían cambiado un poco más. Llegado al nivel de la ventana recliné un poco la cabeza y entré.

Irina, ¡oh mi niña! exclamó mi madre.

Bienvenida hija

dijo mi padre.

¿Cómo describirlos?

Ambos estaban cansados, mi búsqueda los había dejado agotados. Los dos estaban vestidos con túnicas, rosa pastel para mi madre y azul añil para mi padre. Los dos lucían coronas doradas con gemas de ambos colores y con aire de suficiencia. Ella era alta, tal y como en mis sueños aparecía y él era todavía más alto, con barba de unos pocos días, ojos hundidos, nariz recta y cabello negro abundante. Abrazaba a mamá como si fueran uno solo.

Cuando aterricé me incluyeron en su abrazo y poco a poco fui cayendo en cuenta de la verdad.

Mi pequeña dijo mi padre, rompiendo el silencio.

Ya estoy en casa susurré.

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